Cuando la ilusión no alcanza
La selección peruana llegó a la fecha 15 de las clasificatorias con la ilusión (estimulada, en gran medida, por cierta prensa y las marcas auspiciadoras de este certamen) de clasificar a una copa del mundo luego de 36 años de ausencia.
La victoria sobre la selección de Bolivia estimuló dichas ilusiones y esperanzas (acaso las únicas motivaciones de las que siempre vivimos) y muchos han señalado (por repetir la frase difundida en medios) que se tiene chances de clasificación por méritos propios ganando los tres partidos restantes.
Quisiera llamar la atención, citando este contexto, los referentes que habitualmente han caracterizado la historia republicana del país: una mezcla extraña entre ilusión y esperanza sin soporte en la realidad, lo que nos acerca más a la fe –dogma- que a una emoción saludable. Referentes nacionales de una actitud común que se repite siempre que tenemos que enfrentar una situación adversa, cuya máxima expresión, en el lenguaje coloquial, es la popular frase: “sí se puede”.
Esa misma actitud nacional nos llevó a enfrentar los más grandes problemas de la República sin ninguna preparación: la guerra del Pacífico (basta con leer las notas periodísticas de los días posteriores a la declaratoria de guerra por Chile, en la que se vivía un ambiente optimista en Lima, cuyos pobladores organizaban desfiles de entrenamiento militar luego de su jornada laboral para de esa manera ofrecer resistencia al enemigo, cuyos resultados adversos todos los conocemos).
Es la misma actitud que expresamos en la guerra de la Cordillera del Cóndor, donde a pesar de la supremacía militar peruana, por falta de un plan que diera fin a las hostilidades bélicas, terminamos firmando un protocolo de paz totalmente adverso.
Y ni qué decir la manera que enfrentamos la violencia política, a cuyos militantes llamaron “abigeos” para dar pase a una estrategia militar que menoscabó la institucionalidad del país y perpetró los más terribles crímenes en contra de la población civil.
Recuerdo bien la situación que conllevó a la renuncia (cobarde) por fax del ex presidente Albeto Fujimori. En el Perú se vivió una atmósfera de optimismo y teníamos la oportunidad de refundar nuestra república, pero esta experiencia de 9 meses (dirigida por Valentín Paniagua), se vino rápidamente al suelo porque la clase política nacional prefirieron satisfacer sus ambiciones personales que conducir un proceso de reconstrucción nacional.
La selección peruana es parte de este proceso y no se exime de estas actitudes. Pensar que puede clasificar al mundial es repetir esta condición falsa de esperanza sin ningún soporte en la realidad.
¿Cómo es posible que una selección que no ha sabido mantener una constancia en su desempeño futbolístico pueda aspirar a una clasificación mundialista? La respuesta es simple: falta de actitud y profesionalismo ¿cuántos de nuestros jugadores se desempeñan en las ligas internacionales de primer nivel (Alemania, Inglaterra, España, Francia)? Ninguno. Nuestro máximo jugador, Paolo Guerrero, no tiene la madurez necesaria para enfrentar una situación de alta presión cuando se ve en desventaja.
¿Hemos mejorado? Recuerdo bien las eliminatorias de Francia 98 y esa humillante eliminación a cargo de Chile. Desde esa ocasión no había tenido la oportunidad de testimoniar mínimas oportunidades de la selección hasta las últimas fechas de juego. Hay mejoras, pero son mínimas.
A mi parecer, las únicas selecciones que tienen chance de clasificar al mundial, por clasificación directa o repechaje, son Argentina, Chile y Paraguay. Ecuador y el Perú quedan descartados.
Una vez más, las ilusiones no bastan.